Una de las críticas que recibimos cuando explicamos nuestro modelo de
aprendizaje de la carrera de larga duración por montaña (CLDM) es que
los niños no deberían correr tanto.
En las carreras de campo a
través, urbanas o en pista, la forma de adecuar la carrera a la edad es
reducir la distancia. Esta medida es normal cuando el objetivo es correr
lo más rápidamente posible para quedar delante de los demás. Es
habitual ver en estas carreras niños corriendo los primeros metros a una
velocidad por encima de sus posibilidades y terminar caminando,
sufriendo e, incluso, abandonando antes de la meta. Con esta realidad,
lo lógico es que las carreras se acorten para los más pequeños, o de
otro modo, sería catastrófico.
Sin embargo, nuestro modelo busca
lograr que corran durante más tiempo, independientemente de la
velocidad, porque llegar antes que los demás no es lo más importante.
En
este artículo de Jonathan Beverly (2011) podemos encontrar algunas
respuestas a la cuestión de la distancia que pueden correr los niños y
adolescentes:
No podemos encontrar estudios experimentales que demuestren el efecto negativo de la carrera de larga duración (CLD), puesto que ninguna investigación podría en riesgo la salud de menores para estudiarlo. Sin embargo, diferentes investigadores aseguran que la lesividad de las CLD es un mito y que no se han encontrado evidencias de lesiones en el cartílago de crecimiento o en las estructuras tendinosas de menores provocadas por estas CLD (Beverly, 2011).
Parece que los adultos proyectamos sobre los niños y niñas nuestras experiencias de lesión, generalmente provocadas por la falta de costumbre, por el excesivo peso, por una mala ejecución de la carrera (Beberly, 2011). Cuando veo a niños sanos, acostumbrados a correr, lanzarse montaña abajo, sin control, me acuerdo de mis rodillas. Pero cuando pienso que ellos pesan alrededor de 30-40 kg y que su fuerza de piernas es mayor que la mía en relación al peso, me doy cuenta de que no podemos empelar la misma vara de medir. Durante una excursión, si están motivados, no descansan ni un momento. Les falta tiempo para terminarse el bocadillo y salir corriendo a jugar. Cuando hemos terminado, ellos siguen jungando y nosotros ya estamos estirando por la carga de piernas. Al día siguiente, rara vez tienen agujetas, especialmente si han estirado al finalizar y han descargado sus piernas con un sencillo masaje antes de acostarse. Sólo parece ser necesario un sueño reparador.
Otra reflexión que propone Beverly (2011: 2) es "¿quién conduce el entrenamiento?". Con gran acierto su respuesta es que debe ser el propio niño, motivado por el propio gusto por correr, sin presiones ni influencias externas que condicionen sus decisiones. Desde nuestro enfoque, este plateamiento es doblemente interesante, puesto que los resultados no se miden directamente por los éxitos en carreras, si no por su capacidad para aumentar la distancia, el desnivel acumulado, la complejidad del terreno o la velocidad, siempre en unas condicones en las que el niño sigue disfrutando por correr. En estas condicones, es él quien puede regular mejor su entrenamiento. El adulto que está a su cargo (entrenador, padre, profesor) sólo debe saber escuchar y motivar, sugerir y guiar, proponer y acompañar, proteger e informar. "La diversión termina tan pronto como el niño se siente forzado a participar" (p.2)
Beverly plantea que "los niños pueden pero, ¿deberían hacerlo?" Hay evidencias científicas de que el entrenamiento precoz en carreras de intensidad controlada y larga duración ofrece buenos resultados en el aumento del consumo de oxígeno (VO2 max). El gran dilema que nos plantea esta realidad es el frágil equilibrio para definir el objetivo:
a. ¿Queremos grandes corredores con importantes resultados competitivos?
b. ¿Queremos personas sanas que corran durante toda su vida?
Aunque el entrenamiento bien realizado durante su etapa prepuberal no deje secuelas físicas, sí puede haberlas psicológicas o sociales, si no se normaliza la práctica de esta actividad con la vida normal de un escolar. El ansia por la mejora del rendimiento puede suponer un obstáculo para el desarrollo normal de su vida y podría provocar un abandono prematuro (drop out) o el aislamiento social. Por tanto, entendemos que la clave está en la normalización de la CLD en la vida del niño, dejando que sea él quien elija sus metas, con el apoyo e información de los adultos.
Además, como dice Brad Hudson (corredor famoso por correr carreras de ultrafondo desde muy joven) "(...) [los jóvenes] son más propensos a la obesidad. Hay más motivos en nuestro país [USA] para preocuparse por ello que porque haya niños corriendo demasiado" (Beverly, 2011, 4).